Por: Fabiola Morales Gasca
Me preguntas con la mirada como es Verona. Respondo que no es una ciudad fuera de lo común. Cuando inicia la primavera, las calles somnolientas florecen de niños abrigados en bicicletas moradas. El tren que pasa está lejos de dónde William Shakespeare se inspiró para la historia de los nobles amantes, así que hay que caminar varias cuadras para llegar ahí. Hallarás varios edificios imponentes y un gran museo, los martes la entrada es gratis.
Un parque con una estatua te recibe y las palomas sedientas se posan sobre el pasto frondoso. Una niña perdida lloró por no hallar a su madre, pero todos la ignoramos. Tal vez yo misma estaba perdida en aquel jardín de gente desconocida en costumbres y lenguas. Jóvenes de rostro pálido y mirada azul comían helado entre risas. Escogí una banca con sombra y me senté a contemplar la vida, a respirar por un breve instante el olor de la felicidad en los términos más simples. La felicidad huele a sencillez del alma.
Piedras antiguas se perfilaron y una enigmática construcción en forma de arena se erigió ente la mirada. Por un momento imaginé combates entre fieros gladiadores. Caminé alrededor de la arena e intenté reconstruir truncas historias. Toqué con emoción las piedras de la entrada y sentí la semilla de miles de sueños y personas que antes que yo habían pasado por esos caminos tan antiguos. Es intraducible el lenguaje de los muros, hay un secreto alfabeto.
Mientras los turistas abren sedientos sus botellas de agua, la ciudad lame el pensamiento de ellos, sin importar su idioma. Si continúas caminando veras muchos centros comerciales. El vaivén de la ciudad te hipnotiza mientras ves pasar motos en las estrechas calles y contemplas los escaparates. Si caminas más al oriente, hallarás una pequeña iglesia con unos cuantos arboles a la entrada. Las flores me sorprendieron por su discreta belleza, se contemplaba el más bello tono rosa contrastando con el color blanco externo de ellas. Lástima que muchas flores terminaban en el suelo pisadas, yo logré rescatar una y la coloqué en mi cabello. Al quitarme el sombrero sentí el frío del invierno que se alejaba para recibir a la primavera. Me gusta imaginar que en mayo las flores eran aún más bellas. Como verás, la felicidad y la nostalgia italiana es contagiosa.
Hallarás una plaza donde hay venta de artesanías. Ahí compré una boina de color café, sabes que los sombreros son mi debilidad. Al fondo, un pianista tocaba algo de Beethoven y alrededor de él varios celulares lo grababan. De Beethoven paso a tocar algo de Jazz y la gente sonreía mientras yo me colaba a una estrecha calle buscando la Torre de los Lamberti.
En los folletos de turismo, te venden Verona como la ciudad de los enamorados. Tengo mis serias dudas, no creo que sea la ciudad más certera para el amor porque en una de sus calles solitarias vi a una escena para recordar: una pareja discutía de forma acalorada. El cuadro duró varios minutos, seré breve, entre disimulados jaloneos y llantos, era evidente que él quería dominar la situación y ella lo mandaba a la chingada en un idioma que no necesita traducción alguna para alejarse excitada entre los viejos adoquines del callejón, él la alcanza, la sujeta con firmeza del brazo, hay un breve forcejeo entre ambos pero al final la domina, la abraza y la besa. Fin de la tragedia. Podemos decir que el amor gana siempre, ya sea en pleno siglo XVI o siglo XXI. Tal vez su historia sea más larga y aburrida que la de Romero y Julieta, pero a mí me divirtió ¿Ves como Verona no es la ciudad de amor, como se anuncia en los folletos? El amor es ese ente complejo difícil de explicar en cualquier latitud.
Después de observar como se detiene el tiempo entre los arcos ojivales de las tumbas de los señores Scaligeros y ver el monumento a Dante en la Piazza dei Signori, visité la casa de la legendaria amante de la novela Shakespeariana. La casa de Julieta es para impregnarse de ese romanticismo que nos dejó la obra, ver el balcón y tocarle los pechos a su estatua bajo promesa de regresar. Hallarás ahí, pegadas a las paredes, muchas notas de sobre amores imposibles, tal vez con el sueño de que Julieta los vuelva realidad. Es un lugar santo para pensar en todos los amores desafortunados.
Emprendí el retorno, no sin antes despedirme del río Adige sobre un hermoso puente y contemplar el atardecer hasta enmudecer de tanta belleza. Tuve deseos de llorar. Las fotos no te dirán nada, sólo obsérvalas, te doy muchas con la idea de trasmitirte el aroma de esta ciudad llena de romanticismo y nostalgia que atrapa el alma.
