Por: América Femat Viveros
(…)sobre los horizontes de la nube
que ofrece los secretos del maíz
en una lluvia de niños
pequeños niños de tierra(…)
Krishna Naranjo
El gesto familiar de un niño se dibuja en el instante en que digo éstas palabras como una plegaria saltarina que se asoma juguetona para ser descubierta, entonces, el niño: sol de dulzura; compacto y luminoso, nos dice del fuego que galopa en su pequeño latido, entonces, en un minuto el corazón brilla, campanea, vuela arena hacia su pedimento:
-Mamá, Junto a la señorita, donde había un niño, estaba la máquina, ésa que guarda las manos pegajosas, se pegan en todas partes, son de color verde.
Al menos costaba solo un precio; -no muchísimo-, era una moneda que tenía sólo un número que era uno. Ésa máquina mamá, estaba junto a los helados y tenía un caparazón como el caracol que dibuja círculos, es ahí donde se guardan las manos pegajosas. Tú no la viste, yo me quedé mirándola, te pedí tantas veces que miraras pero nos fuimos.
Sólo quería una mano, -¿Porqué no me la compraste mamá?-
En la escuela todos juegan con ellas; bueno, sólo Ángela y yo no tenemos esa mano que se pega y es de color verde. Quiquín sí la tiene y nos la enseña, pero no nos deja jugar.
Mamá, todos los juguetes que están en una máquina de caparazón tienen el mismo precio que es una moneda, no cuesta muchísimo; pero los otros juguetes, los que no están en la máquina, ésos que están afuera, cuestan muchísimo más, por eso, solamente quería de ésa máquina la mano que se pega en todas partes y es de color verde; al menos sólo costaba un precio, -no muchísimo-, era sólo una moneda que tenía sólo un número que era uno. ¿Por qué no me la compraste mamá?
