«Que nada nos defina. Que nada nos sujete.
Que sea la libertad nuestra propia sustancia»
Simone de Beauvoir.
Por: Fabiola Morales Gasca
Mujeres y Literatura han ido de la mano desde hace siglos. La literatura ha ayudado a las primeras a confrontarse a sí mismas y a lo que siempre se les ha impuesto. “La única carrera que estado permanente abierta a la mujer es la literatura” afirmó Virginia Woolf. La educación que se impartía a los miembros de las familias acomodadas o pudientes de la antigüedad consistía en la enseñanza de leer y escribir “Y si las mujeres querían escribí podían hacerlo porque no era demasiado difícil conseguir los elementos adecuados: el papel la pluma, la seda y hasta, digamos remontándonos a épocas improbables, el barro cocido” (Castellanos 204).
Woolf también nos recalca que la Literatura es un camino más llano que otros. Ciertas formas artísticas, así como las ciencias, la filosofía y la religión tienen un lenguaje especial o conjunto de símbolos esotéricos sólo comprensible para los iniciados y por ello la introducción es larga y complicada antes de ser plena. Esto no sucede en el terreno literario, aquí el lenguaje que se emplea es el que se comunica diario, y las palabras tienen el mismo sentido el mismo, la misma significación para el interlocutor habitual.
Como Virginia, las mujeres de este siglo reafirmamos está relación con la escritura. Estamos en un punto de quiebre frente a todo lo que creíamos que era real. La mujer en pleno siglo XXI se confrontar y cuestiona a sí misma. Ideas ancestrales como la obligación de casarse y el instinto maternal que todas deben de considerar para “la realización personal” están siendo debatibles no sólo en cafés o informales reuniones de mujeres.
Elisabeth Badinter, filosofa feminista pone en debate si la maternidad es una forma de esclavitud. Esta tesis defendida en su libro La mujer y la madre, considera que los humanos no poseen instinto maternal al contrario que los animales. La maternidad como instinto es un concepto prefabricado buscando somete las decisiones del género femenino mientras que, el amor es un sentimiento humano que se construye día a día, sin automatismo, y que reconoce las limitaciones de las madres. El problema de la situación de toda mujer actual que trabaja y hace otras actividades consiste en que la mayoría se consideran como madres mediocres:»Queremos hacerlo todo bien pero, inevitablemente, nos equivocamos a diario».
La posición de está filosofa francesa de tres hijos es cuestionar las costumbres arraigadas sobre las mujeres y su papel en la sociedad patriarcal en la que vivimos. Creo que las opiniones de Elisabeth Badinter deben de considerarse seriamente y replantearse de acuerdo al entorno. Un país como el nuestro, dónde el alto número de feminicidios sacude en general a la sociedad es evidente la arraigada tradición machista y la maternidad como un acontecimiento lleno de mitos.
Por otra parte, la socióloga israelí Orna Donath, plantea una serie de encuestas con la finalidad a contestar a las incógnitas ¿Es natural tener hijos? ¿Es algo que las mujeres anhelan instintivamente?
Donath presenta en su libro “Madres arrepentidas”, los resultados de las encuestas y recoge el testimonio de 23 mujeres que reconocen amar a sus hijos, pero también indican que de saber lo que implicaría, optaría por no tenerlos. Además de presentar a las testigos, el libro coloca teorías sobre la manera en que las mujeres son presionadas por la sociedad para después arrepentirse de su aparente “libre” decisión. La socióloga Donath en una entrevista señaló:
Desde un punto de vista social, que las mujeres reconozcan que se arrepienten puede ser una señal de alarma para que se deje de empujarlas a ser madres, para dejar de vender la idea de que la maternidad le va a valer la pena a todas y cada una de ellas. Puede que las mujeres seamos biológicamente iguales, pero somos distintas. Unas quieren ser madres y otras no. (Donath, párr. 4)
El no ser madre es una carta que está sobre la mesa. El concepto de “realización” de toda mujer en muchas sociedades y mujeres del mundo se está replanteando. Este simple cuestionamiento sobre la maternidad cambia el orden social y del estado tal y como lo conocemos. Establece un orden más complejo y de gran importancia no sólo fisiológico y sociológico, sino filosófico, personal y espiritual que es el derecho a la libertad de elegir. Las mujeres no siempre hemos tenido muchas alternativas.
“La gente no puede imaginar otras opciones porque la imaginación está tomada por un discurso único que dice que para ser feliz hay que tener hijos. Yo no digo que la vida sin hijos vaya a ser perfecta. Puede ser una vida difícil, pero suficientemente buena” (Donath, párr. 6). Y si se trata de “el instinto maternal”, Donath dijo que la tendencia a la protección de un bebé no es precisamente una manera de comprobar el instinto materno. Considera que dicho instinto, no es dominio exclusivo de las mujeres y pone de ejemplo a las parejas gays que adoptan hijos como una prueba evidente. Además argumentó la socióloga:
Es una cuestión política. Hay mujeres incapaces de cuidar a alguien y al revés, pero nos han vendido que es una cuestión de sexo. Los hombres pueden cuidar muy bien, pero para la sociedad este sistema es muy útil. Nosotras lo hacemos todo sin cobrar, mientras que ellos ganan dinero, viajan y entran y salen del cuidado de los hijos a su antojo, (Donath, párr. 14)
La literatura no permanece ajena a este planteamiento de la maternidad y al pasivo papel que la sociedad se ha empeñado de asignar a la mujer a lo largo de la historia. Hay varios ejemplos literarios y vidas de escritoras que han se han enfrentado al cuestionamiento de tener hijos y estar sólo en casa como un asunto de elección personal. Caso de ello es la cuentista, socióloga y activista Charlotte Anna Perkins Gilman, quien en sus escritos siempre criticó el sometimiento de la mujer al hombre y el rol que la sociedad destinaba a la mujeres en su tempo. Su tía paterna Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom, y también feminista le infundió consciencia social desde pequeña. Perkins Gilman al saberse embarazada de su esposo Charles Walter Stenson, comenzó a desarrollar los síntomas de una profunda depresión. Tras el nacimiento de su hija Katharine, en 1885, se sometió a una terapia que lejos de ayudarla la debilitó aún más. Esta experiencia le permitió escribir el famoso cuento El papel tapiz amarillo (The Yellow Wallpaper).
Este cuento que algunos colocan en la categoría de terror es el único de su género por la perspectiva en que es contado. Tiene una lucidez que muestra una vivencia que se va tornando cada vez más aterradora y muestra discursos y técnicas tan aparentemente cuerdas que la vuelta de tuerca inesperada en la historia sorprende.
La mujer de exquisitos modales y de buen humor se transforma a medida que avanza la historia. Su comportamiento obsesivo hacia el papel tapiz amarillo de la habitación principal nos hace saber que algo no está bien. El ambiente que la autora coloca sobre la casa, las breves pero egoístas y dominantes apariciones del marido, así como la desaprobación de todo esfuerzo por plasmar sus sentimientos, terminan por detonar una realidad alterada. El marido está seguro que escribir es la causa de la enfermedad de la mujer.La protagonista cree ver movimiento detrás del empapelado, está segura de advertir los pasos de alguien que lucha por salir, por liberarse de las líneas del papel tapiz.
Por fin he hecho un verdadero hallazgo. A fuerza de mirarlo cada noche, cuando cambia tanto, he acabado por descubrir la solución. El dibujo principal se mueve, efectivamente, ¡y no me extraña! ¡Lo sacude la mujer de detrás! A veces pienso que detrás hay varias mujeres: otras veces que sólo hay una, que se arrastra a toda velocidad y que el hecho de arrastrarse lo sacude todo. En las partes muy iluminadas se queda quieta, mientras que en las más oscuras coge las barras y las sacude con fuerza. Siempre quiere salir, pero ese dibujo no hay quien lo atraviese. ¡Es tan asfixiante! (Perkins, párr. 6).
Psicológicamente el cuento contiene una enorm e carga de deseo liberador. Manifiesta ira, violencia, debilidad mental y locura. Hay atisbos de una rebeldía que no se llega a concretar. Los dibujos impresos son las rejas de una cárcel, “metáfora del sometimiento femenino a la sociedad patriarcal” (Feminist Criticism.‘The Yellow Wallpaper’ and the Politics of Color in America, 1989).
Otros cuentos de mujeres muestran con fuerza narrativa esa necesidad de expresar lo callado. La escritora sudafricana Sindiwe Magona, maestra y trabajadora social, crió a sus tres hijos sola, recibió una educación por correspondencia, estudió con beca en la universidad de Columbia y es autora de varios libros y cuentos. En su libro Living Loving and Lyingh Awake at Night presenta “La partida”, que nos narra la batalla física y mental de una madre de varios hijos y que lucha por sobrevivir día a día. Las imágenes de la pequeña casa donde vive en pobreza nos lleva al dilema principal de la protagonista:
Si me voy, pensaba la mujer, ¿quién va a cuidar a mis hijos? ¿Quién les va a cocinar? Y si uno se enferma, ¿qué pasará? Antes de que llegara la respuesta, más preguntas se arremolinaban en su mente, quemándola con urgencia: si me quedo aquí con ellos, ¿qué vamos a comer? Si uno de ellos se enferma, ¿qué voy hacer? ¿Qué va a hacer de nosotros si no me voy?
Para el lector la sensación que deja “La partida” es de un entrañable sentimiento de abandono y determinación ante esas decisiones importantes en la vida. La pluma de Sindiwe Magona es imponente y los siguientes párrafos del cuento nos hacen sentir un verdadero nudo en la garganta ante la angustia, el peso de la decisión que ha tomando y guía cada paso de la mujer al salir del hogar.
Otra narración de tales proporciones y que nos hace tomar consciencia sobre la responsabilidad de la maternidad y la angustia que genera el llenar las expectativas sociales es el cuento de la escritora argentina Ana María Shua “Como una buena madre”. Ganadora de varios premios y creadora de varios libros, Shua nos otorga un relato de mujer criando hijos.
Tom gritó. Mamá estaba en la cocina, amasando. Tom tenía cuatro años, era sano y bastante grande para su edad. Podía gritar muy fuerte durante mucho tiempo. Mamá siempre leía libros acerca del cuidado y la educación de los niños. En esos libros, y también en las novelas, las madres (las buenas madres, las que realmente quieren a sus hijos) eran capaces de adivinar las causas del llanto de un chico con sólo prestar atención a sus características. (Shua, pár. 1).
La narración está llena de toque ácidos y al igual que el cuento El papel tapiz amarillo, parece una historia de terror. El peso de la crianza de sus tres hijos termina atrapándonos como lectores y agotándonos emocionalmente en ese sube y baja de pensamientos y sentimientos que pasa una mujer que nunca se cree lo suficientemente buena como madre:
El viejo empezó a sacar la fruta y la verdura de la canasta apilándola sobre la mesada de la cocina. Hacía el trabajo lentamente, como para demostrar que no le correspondía terminarlo sin ayuda. Mamá sacó algunas naranjas, una por una, con la mano libre. El verdulero amarreteaba las bolsitas. Una buena madre no encarga él pedido: una madre que realmente quiere a sus hijos va personalmente a la verdulería y elige una por una las frutas y verduras con que los alimentará. Cuando una mujer es lo bastante perezosa como para encargar los alimentos en lugar de ir a buscarlos personalmente, el verdulero trata de engañarla de dos maneras: en el peso de los productos y en su calidad; Mama observó detenidamente cada pieza que salía de la canasta buscando algún motivo que justificara su protesta para poder demostrarle al viejo que ella, aunque se hiciera mandar el pedido, no era dé las que se conforman con cualquier cosa. (Shua, párr. 4).
Contrario al relato «The Yellow Wallpaper» donde la presencia del esposo era agobiante y un continuo recordatorio de sus obligaciones de mujer, en este cuento la ausencia del hombre es uno de las circunstancias que estresan a la mujer:
Mamá volvió a prestar atención a la voz lejana, con ecos, que venía desde el tubo del teléfono. Entregaba una atención absoluta, concentrada. Al principio sonreía. Después dejó de sonreír. Después habló mucho más alto de lo necesario para ser oída. Después hizo gestos que eran inútiles, porque su interlocutor no los podía ver. Después cortó y sintió que tenía ganas de llorar y que quería estar sola […] Necesitaba estar un momento sola, pensar en la llamada, en la voz lejana, con ecos. Llorar. (Shua, párr. 9).
El relato es delirante frente a tantas situaciones absurdas pero cotidianas en la vida de toda mujer que cría hijos y está sola. Hay una complicidad que se incrusta en el lector conforme va avanzando su lectura. A lo lejos el murmullo de una separación nos hace pensar no sólo en el dolor de la mujer sino el menester social de que todos los cuidados están en manos de las mujeres, formando parte de su condición histórica. Es el recordatorio que la vida de las mujeres está consagradas a la protección y cuidado de los otros olvidándose aún de ellas mismas.
Los ejemplos pueden seguir no sólo en los cuentos sino en todo testimonio escrito de vida femenina. La literatura nos hace pensar en replantear la imperiosa necesidad y creencia de que la realización de toda mujer es la maternidad, el hogar y las labores domesticas.
Fray Luis de León escribió en La perfecta casada: “la mujer debe aprender a leer para conocer y aprender mejor los textos sagrados y los clásicos, pero, eso sí, nunca sin descuidar sus obligaciones domésticas ni olvidar que nunca puede hablarse en público” pero aunque se ha sometido y otorgado roles rígidos a las mujeres, se ha hallado en la escritura una puerta de expresión y una válvula de escape a los sistemas impuestos. La literatura es cómplice en los deseos más íntimos. Sin duda alguna a través de la literatura somos seres libres que nos expresamos. Desafiantes mujeres han puesto ejemplo: Santa Teresa de Jesús, sor Juana Inés de la Cruz, Mary WollStonecraft, Jane Austen, Charlotte Bronte, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Anaïs Nin, Rosario Castellanos, Gabriela Mistral, Maria Luisa Bombal, Alejandra Pizarnik hasta nuestras actuales mujeres que caminan por los pasillos de la universidad.
Hay una larga lucha de años que antagoniza los signos, las imágenes y los significados que han inalterablemente representado a la mujer como el matrimonio y la maternidad. La literatura es un llamado, un cuestionamiento que traspasar los límites establecidos en un mundo pensado por y para hombres. La poesía, la novela, la biografía, el ensayo y los cuentos (como los aquí mencionados), deben ser testimonios de ese rompimiento simbólico y la necesidad de representar la experiencia femenina a través del lenguaje.
No olvidemos que es un privilegio de todo ser humano elegir con albedrío pleno su propio destino. Como lo afirma la investigadora Orna Donath, “todo debe estar basado en la libertad de decidir”. Si cada mujer tiene el derecho a decidir lo que quiere ser, que la Literatura siga eterna, contribuyendo a eso.
OBRA REFERIDA
Castellanos Rosario. Sobre Cultura Femenina de Letras Mexicanas. México: Fondo de cultura económica, 2018. Impreso.
Orna Donath. “El instinto maternal no existe”. Carbajosa Ana. El país. Web. 27 de febrero 2019 .https://elpais.com/elpais/2016/10/26/eps/1477433106_147743.html.
Perkins Gilman Charlotte Anna. El papel tapiz amarillo. Las historias. Web. 27 de febrero 2019. https://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/el-tapiz-amarillo/
Shua Ana María. Como una buena madre. La hoja de papel. Web. 27 de febrero 2019. http://lahojadepapelo7-cuentos.blogspot.com/2007/11/como-una-buena-madre.html
*Ponencia presentada en el Segundo Encuentro Dolores Castro en El Instituto Cultural de Aguascalientes (ICA) Literatura escrita por mujeres, crítica y creación.
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