Por: Melchisedech Daniel Angulo Torres
Quien está sentado sobre su estrecha pared está sentado sobre la frontera. Pero no es suficiente todavía. El binarismo en la proposición se da entre dos dimensiones de la misma proposición, entre la expresión del acontecimiento y la designación de las cosas. Lo que está al otro lado del espejo es diferente a lo que está de un lado. Al otro lado ya no hay relación de designación, sino relación de expresión.
El binarismo pasa al interior de la proposición cuando el lenguaje ya tiene relación con el acontecimiento como sentido. Lo que se puede comer y lo que se come es esencialmente lo designado. En un principio es penetrable lo designable y consumible lo designado; en un principio no podemos imaginar sino alimentos. En el infinito se integran dos series, ahí se organizan las dos dimensiones del binarismo en la proposición.
Se obtiene de un modo la manera de comer, mientras que por otra parte se adquiere la existencia del habla. Dos dimensiones sucesiva (y simultáneas) se desarrollan autónomamente, se remiten a algo ya designado, a un envase de consumo y consumibles, y a acontecimientos, siempre expresables, mínimo a algo que porta un lenguaje y sentido, y así las dos dimensiones se encuentran en un concepto, a veces esotérico e irreconocible.
El sentido se presenta muchas veces como el objeto de una precaución central. Pensábamos que veíamos… Miramos otra vez y nos dimos cuenta que era… Los jardineros trazan caminos melancólicos que bordean por un lado y por el otro los dos conjuntos; pues esas melodías son su propia historia.
Pensaba que miraba un paquidermo,
un paquidermo que toca la flauta;
observando a detalle, vi que fue
un mensaje de mi esposa.
En esta vida, al final, dije,
siento la ternura…
Pensaba que miraba un ave
volando alrededor de la luz;
observando a detalle, vi que era,
un cello del escudo de la bandera.
Deberíamos regresar a la casa, dije,
las noches son muy frescas…
Pensaba que miraba una deducción
comprobando que uno era Padre;
observando a detalle, vi que era
un trozo de jabón de lavanda.
¡Padre misericordioso, dije, una interpretación tan desafortunada
consuma todo ánimo!