Una segunda producción de la verdad

Por: Melchisedech Daniel Angulo Torres

En la segunda veridicción persiste un elemento de incertidumbre. Quien dice la verdad, produce una combinación de los elementos de su saber. Dios nunca quiere decir más de lo que dice. Pues denuncia algo que se ha perpetuado, de cuya víctima bien se sabe. Dios, claramente, lo ve todo. Solo él tiene la capacidad de transmitir y complementar lo ya dicho en otro discurso.

Solo Dios, bien puede decir quién es el traidor. La cuestión del saber inicia donde se dice toda la verdad, ahí donde se dice la verdad, tan solo se tiene un problema que tiene que ver con el saber. Tanto la palabra de Dios, como la del profeta, puede ser enunciada bajo el consentimiento de ambos. Y ello se demuestra en tanto que no se puede forzar a Dios a manifestarse si así no es su voluntad.

Dios es el único que manda y así, todos los demás no somos más que servidores suyos, y nos podremos comunicar con él solo si es que así es su voluntad. La legitimidad que hay en el hecho de que Dios sea Dios de Dios, arriba en que hasta el más querido por él de sus profetas de igual manera es su servidor, su siervo.

Se trata de un rechazo a la autoridad política y judicial que de modo legal obtiene una confesión, testificaciones y enunciaciones cualesquiera. El poder judicial, pues, establece una suerte de obligación de hablar. Es una palabra que si quiere habla, ya que en el momento que el interrogado ejerce su derecho de negarse a hablar porque se niega a obedecer, deja de funcionar ese poder judicial y su maquinaria.

La palabra de Dios tiene una relación con la verdad que muy pocas veces se observa en la relación que hay, por ejemplo, entre las testificaciones y la verdad. Porque la fuerza de lo verdadero no habita en todos. Las profecías que se remiten a Dios son luz natural que deslumbra en la medida que es palabra emanada de la divinidad.

Es su propia autoridad, por sí misma decide hablar, no hablar y en ella hay verdad por una especie de triple derecho: natural, humano y divino. Habita en la verdad y ésta habita en ella. La palabra de Dios, la del profeta y la verdad están vinculadas por sentido de pertenencia. De ahí la manera en que utilizamos los verbos: enunciar, afirmar.

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