Por: Melchisedech Daniel Angulo Torres
El fantasma recorre la atmósfera con agilidad. Del nivel de conciencia al estado inconsciente e inversamente. Le pertenece a una superficie que lo domina, la cual segmenta lo consciente de las cosas inconscientes en una línea conjunta y desplaza la interioridad, la exterioridad a través de dos lados: uno es la pregunta por el origen y el otro la cuestión de la diferencia.
Los desplazamientos son inseparables de él, en el despliegue en que se desarrolla arrastra consigo su propio inicio; y con ello nuestra propia interrogante acerca de precisamente en donde empieza el fantasma estrictamente hablando. Implicando la dirección hacia la que proyecta su comienzo. No hay nada más concluido y terminado.
Dependiendo de la naturaleza del acontecimiento, ahí es en donde emerge un efecto distinto del acontecimiento mismo. Una metamorfosis de la línea en trazo de desvanecimiento relativo a todas las imágenes (el mundo- capital, la acción- dominio y el individuo- ser). Haciéndose comenzar de este modo, con efectos como estos, el fantasma exige otra superficie.
Ya no se trata de la extensión, donde las imágenes se reproducen en función de sus propias configuraciones. Los efectos se desarrollan en un segundo plano haciendo que el inicio del fantasma siga en otro momento. El trazo no representa por sí solo otro momento, otra superficie: esto significa que el principio, en verdad se encuentra suspendido en el vacío.
La paradójica circunstancia del inicio, aquí, es que en sí mismo es un efecto por un lado, y por el otro permanece ajeno a aquello que lo hace empezar. Dicha energía neutralizada constituye el segundo plano, superficie mental u ontológica en la que el fantasma se desarrollará, empezará desde cero con un inicio que le hará compañía a cada instante.
Recorriendo su propio propósito, representará los acontecimientos sin referencia que pasan directamente como un solo y mismo efecto de segundo plano. Hay pues, un progreso. El trazo como canal letal se hace brecha del pensamiento, que precisamente indica que es preciso pensar. A través de la línea y el punto el pensamiento configura su nueva superficie.
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