Por: Melchisedech Daniel Angulo Torres
El problema de la pareja lo piensan los pensadores de las superficies. Una pareja puede no ser proyecto, sino proyectil, pasar de la pareja al pensamiento hecho en pareja. Ir de la pareja misma al pensamiento empatado. Por medio de una operación mental llegamos al devenir- intenso que constituye el sistema de pensamiento.
Se trata de una intensidad primitiva en tanto que implica para el pensamiento el nivel más bajo de su energía, a la vez que el punto a través del cual actualiza la superficie de la novedad. Al sustraer el pensamiento en pareja se puede operar una suerte de empalme del pensamiento en lo ya agrietado; proyección de la profundidad.
El propio resultado es un comienzo, retoma precisamente aquello de lo que se deriva el comienzo. Retornamos poco a poco a las profundidades, de donde todo proviene, en cuanto que absoluto génesis. Sobre la nueva superficie, a todo se le implementan nuevas funciones, que rescatan y agregan la imagen y el simulacro.
Lo sublime traza una operación que se hace línea del pensamiento, de ahí que la superficie por la que se proyecta dicha operación sea la del pensamiento mismo. Esta operación es la simbolización, por la cual el pensamiento se vuelve a actualizar con sus propias fuerzas, con la energía que le pertenece, sucede y proyecta.
Lo simbolizado es igual de irreductible que el símbolo y del mismo modo, la sublimación es igual de irreductible que lo sublimado. Desde hace no poco, no hay nada que cause gracia en la relación que hay entre una grieta y una herida, constitutivas de pensamiento alguno; ni mucho menos entre el pensamiento y el cuerpo.
No hay nada gracioso (ni de tristeza) en las vías que toma un pensador obseso. Lo cual no indica que el pensamiento piense en el cuerpo. La metamorfosis del cuerpo es lo que integra el pensamiento mismo. El pensador es la metamorfosis de la pareja en matrimonio. Del pensamiento al pensar en pareja, hay una actualización.
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